“La libertad es vivir sin miedo”
Nina Simone
El miedo es una emoción muy enraizada en nostro/as, forma equipo con la ira defensiva y pertenecen, ambas, a ese substrato evolutivo y adaptativo que hunde su origen en nuestra filogenia, en nuestro viaje biológico por las diferentes fases evolutivas hasta llegar a nuestra especie, el primate humano.
El miedo nos ha salvado de muchas situaciones, nos ha llevado a protegernos del medio hostil y de sus posibles peligros. Hoy conocemos sus rutas neurológicas, en las que tiene mucho peso el núcleo de substancia gris amigdalino y nuestra memoria a largo plazo, que almacena el recuerdo de pasados eventos peligrosos y de cómo nos adaptamos a ellos. El hipocampo, próximo a la amígdala, almacena estas memorias y las ofrece a la función vigilante de la amígdala cerebral. Sabemos, por la ciencia, que la vía neurológica de los impulsos amigdalinos tiene dos rutas, una cortical, capaz de valorar y graduar los impulsos automáticos , si bien, cuando la alarma es súbita e intensa, nuestros sistema neuroceptivo puede optar por evitar el córtex, eligiendo una ruta subcortical, y desatar lo que se llama un rapto amigdalino, arrastrándonos a una situación de alarma extrema, aterrorizante, que dependiendo de nuestro estado anímico nos puede llevar al colapso, al terror paralizante, o a la ira defensiva, abriendo las espitas de la violencia y golpeando al presunto enemigo, sin valorar si el hecho desencadénate es verdaderamente un peligro real o sólo se lo parece a nuestro sistema neuroceptivo, que lo compara, por similitud situacional, a una experiencia pasada.
El miedo a nivel humano, transitando el camino que lleva a la auténtica humanidad, lo podemos transmutar en una de la virtudes platónicas o cardinales, la Prudencia (etimológicamente procede de providentia), sabiduría capaz de anticiparse a los peligros y evitarlos. Igualmente, la ira la podemos transformar en otra virtud cardinal, la Fortaleza (el Valor para Platón) que dispone de una coraza flexible (curiosa similitud homofónica entre corazón y coraza), de una fuerza que convence, no vence; que puja, no empuja. Ambas virtudes acompañan, al vincularse, a la Templanza, virtud que da firmeza y flexibilidad, como el acero templado con la capacidad de adaptarse, absorbiendo los golpes sin quebrarse ni perder la forma. Y para completar el hilo conductor de las cuatro virtudes platónicas, que deberían caracterizar a ese ser humano que, cual centauro, monta, gobierna y disfruta de su lado salvaje; está la Justicia: la ley, el Karma, el Tao, el respeto a los ritmos de la naturaleza para alcanzar salud, larga vida y, fundamental, la alegría de vivir, emoción emperatriz cardiosaludable.
Amparado/as por estas cuatro virtudes en nuestro mundo interior podemos movernos con soltura en un mundo exterior que continuamente se está reflejando en nosotro/as, permitiéndonos crecer ante los retos que nos van surgiendo en el camino.
El miedo como emoción biológica que ayuda a evaluar los riesgos del medio, en la naturaleza, dura lo que una situación puntual de riesgo salvada con éxito o claudicando con la muerte, después, la vida continua con cotidianidad y disfrute del momento presente.
En el caso de nuestra humana condición, ya sea por civilización o domesticación, las situaciones de alerta se perpetúan en el tiempo junto con las emociones de miedo, inseguridad, rabia, parálisis, etc.., lo que lleva a la depresión de nuestro sistema inmunológico, a biopatías contractivas del protoplasma celular. La presencia de la hormona cortisol en sangre, que debería ayudar puntualmente a luchar o huir ante posibles peligros, cuando su presencia se prolonga indefinidamente, inhibe o deprime los diferentes sistemas que no son necesarios para la supervivencia durante una crisis temporal, es decir sistema inmunológico, crecimiento, reproducción, etc.
Como bien decía, ya en los años 80, Henri Laborit, médico y biólogo francés, la inhibición de la acción es el origen de todas las patologías. Recogiendo esta idea, Michel Odent, obstetra francés defensor del parto natural, expresa que la sumisión es el origen de todas las enfermedades. Estas ideas las podemos trasladar a una situación, como la actual, donde el miedo está sembrado, no sólo por el riesgo de contagio vírico, sino por lo que nuestros propios sistemas neuroceptivos están captando de una sociedad enmascarada, que oculta sus rostros tras mascarillas defensivas u ofensivas, dependiendo de las intenciones subyacentes.
Por un momento hacer una pausa y sentir que os llega, desde un vuestro mundo interior, cuando visualizáis un ambiente en el que estáis rodeados de desconocido/as con máscaras que, además, destilan miedo y rabia por los poros de su piel, pue sois el potencial enemigo, fuente de un contagio que afectaría a sus vidas o, al menos, eso les han contado por todos los medios con supuesto prestigio y seriedad. Podéis comprender el efecto, las consecuencias, que este miedo acarrea a nuestro organismo.
Henri Laborit en sus investigaciones explicaba como la toxicidad acumulada por el cortisol en sangre, derivado de la inhibición de la acción permanente, se drenaba a través de la manifestación de la agresividad violenta, de la actividad sexual o de la práctica deportiva; lo que explicaba los brotes violentos tan cotidianos en nuestra sociedad, ya sea a través de los hinchas en los eventos deportivos, de luchas entre bandas, de intolerancia ante lo diferente (xenofobia, homofobia, etc.),de resistencia a los cambios (violencia machista, …) y otras causas. Al menos si, esa toxicidad, se drena por el ejercicio físico o por la sexualidad, se trata de actividades placenteras y saludables, siempre con la moderación que cada uno/a precise.
Para que el proyecto de humanidad que anida en nostro/as pueda emerger necesitamos de un entorno de seguridad que nos permita disminuir nuestra alerta, sentirnos seguro/as para poder Ser. Esto, a nivel de sociedad, necesita cambios globales que comienzan con cambios individuales y locales, transformando nuestras emociones en virtudes, creando entornos de seguridad terapéuticos, familiares y educativos que nos orienten hacia ese cambio necesario, hacia ese proceso evolutivo cultural que alumbre un nuevo mundo compasivo y tolerante.
Fortalecer nuestro sistema inmunológico es un buen camino, el profesor Carlos Rodeiro, en la plataforma Biostllnes.com, nos explicaba un protocolo desde la mirada Biodinámica Cardiovascular muy interesante para la intervención clínica. Además, es necesaria una buena alimentación, utilizar remedios naturales que estimulen nuestro sistema defensivo, ejercicio físico, disfrute de nuestros sentidos, pensar y sentir bien, cuidar y alimentar nuestro lado salvaje e instintivo para que nos siga siendo útil, ser compasivos con nosotros mismos, aprender a respirar y autocuidarnos para ser compasivo con los demás y cuidar, ser conscientes de que “soy Uno/a y soy Uno/a con otro/as”. El Nosotro/as está inscrito en nuestra biología y más allá.
El miedo para los orientales es una emoción que reside en los riñones, donde también reside la voluntad. El miedo si nos atrapa nos roba la voluntad y nos hace sumisos y enfermamos.
En Biodinámica sabemos que para que se den los procesos de sanación, conectando con la matriz original, para que se dé la llamada ignición, primero debemos alcanzar la desconexión de nuestro sistema nervioso. Es decir, desconectar nuestra alerta para poder acceder a otros niveles donde la salud y la orientación están presentes.
Si hacemos un viaje perceptivo por las zonas del campo de resonancia, envolviendo nuestro cuerpo fluido (físico y energético, A y B), está la zona C que es el entorno seguro donde se manifiesta la vida, en el embrión esta zona C es la cavidad coriónica (etimológicamente viene de coraza), posteriormente junto con el útero. Mas allá de la zona C, el océano de Respiración Primaria (zona D), la naturaleza, nos da el acceso a la matriz original, al molde humano. Y todo ello acompañando a “un ser en tiempo de crisis” con el contacto sutil de la Pietat (otra virtud de la familia del Amor como la caridad, la solidaridad y la compasión) allá donde nos lleve la Marea. Con las yemas de nuestros dedos sujetando, con ternura, una gota de agua del océano original (el cuerpo fluido), y viajando por las zonas perceptivas, atento/as fundamentalmente a nosotro/a s como terapeutas, a nuestras sensaciones cuando transitamos este campo de resonancia, facilitando con nuestro apoyo que se dé la desconexión de la alerta neurológica y la ignición sanadora.
Todo un viaje de salud navegando en el misterio de la Creación, anclados por las virtudes cardinales que, como las direcciones del espacio en una brújula, nos guían por el buen camino.
25 de julio de 2020
Francisco Sánchez Molinero
Escuela Nayad