Nuestro cuerpo como estructura orgánica, en su origen, surgió de una colonia celular que en el proceso evolutivo hacia una organización superior y mejor adaptada, encapsuló, en la urdimbre de las capas tisulares, el mar primordial del que surgió el primer organismo unicelular. Este mar, parapetado tras el entramado celular, es la sustancia fundamental o liquido extracelular en el que nuestros millones de células especializadas sobreviven, se alimentan y excretan los residuos derivados de su metabolismo.

En ese proceso evolutivo, la vida sobre el planeta ha evolucionado procesando la energía solar a través de la cadena trófica. Los vegetales fotosintetizadores, como nicho inferior de esta pirámide alimentaria, han fijado la energía fotónica del sol, los herbívoros la han digerido alimentándose de los vegetales y los carnívoros han seguido procesando esa energía lumínica obteniendo los nutrientes de la ingesta de herbívoros y de otros carnívoros. En suma es la energía solar, de ese Sol Celestial dador de vida al que desde las más remota antigüedad se adora, la responsable de que exista la vida sobre la Tierra. Una vez mas mito y realidad se confunden, la pareja elemental del agua y el fuego se confirman, científicamente, como la madre y el padre de nuestro mundo.

En este proceso evolutivo desde el organismo unicelular al mamífero, es el sistema nervioso, una vez se instaura embriológicamente, el responsable de la cohesión de las estructuras pluricelulares, valiéndose a su vez del sistema endocrino como herramienta auxiliar y del torrente sanguíneo como vía de acceso a todos los rincones de la geografía corporal. Ahora bien, este sistema nervioso gana en complejidad a lo largo del viaje evolutivo, avanzando desde los simples precordados y resto de invertebrados, pasando por peces, anfibios, reptiles, mamíferos, primates, monos antropoides hasta, finalmente, llegar al homo sapiens.

Como humanos representamos, en la actualidad, el organismo biológico mas sofisticado de la creación. En nuestro sistema nervioso central aparecen diversos estratos que responden a nuestra propia evolución biológica. Mc Lean esquematizó estas capas nerviosas en un tótem neurológico en el que se diferencian tres cerebros:

Como animales humanos respondemos, por herencia biológica, a impulsos instintivos de orden genético y a impulsos, resultado del aprendizaje, que se transforman en automatismos, en muchos casos, socioculturales, originados por la educación y el influjo del medio socioeconómico y cultural, totalmente vinculado a la geografía, la historia, la etnia o raza y la religión.

Como seres vivos nuestro primer imperativo es sobrevivir y esto implica una dialéctica entre necesidad y satisfacción. La satisfacción de la necesidad es sinónimo de placer y también se relaciona con el concepto freudiano de libido. Esta dinámica de satisfacción de la necesidad, sencilla en un animal, se complica en el ser humano, donde el apetito, propio de cualquier ser vivo (hambre, sed, sueño, cansancio, reproducción, etc..), se transforma en deseo, sujeto a la influencia del medio sociocultural.

La búsqueda de satisfacción de las necesidades endógenas desemboca en una estrategia de consumo. Esta conducta instintiva de consumo busca satisfacer los apetitos naturales en el animal, pero en el hombre, estos apetitos evolucionan y se complican transformándose en deseos y desembocando en una conducta social: el consumismo, característica de nuestras sociedades occidentales, de la llamada sociedad del bienestar.

Apetito y deseo, consumo y consumismos, satisfacción de la necesidad y bienestar; utilizan, básicamente, para su consecución, las mismos circuitos nerviosos y los mismos estímulos neuroendocrinos. ¿Dónde está la frontera entre animal humano y ser humano?

Para saciar los apetitos o necesidades los seres vivos nos procuramos un territorio externo en el que se encuentran los objetos que nos saciaran (alimentos, congéneres del sexo opuesto, etc..) pero a su vez hay otros individuos que compiten por saciar también sus necesidades. Esta lucha por el territorio es la responsable de:

Por lo general, en el medio natural, la predación nunca es intraespecífica sino que se da sobre otras especies. Esta estrategia ha variado en la especie humana, en la que las guerras seculares, paradójicamente, han servido de comunicación y mestizaje entre los diferentes pueblos del planeta.

En este medio natural con territorios limitados, numerosos individuos de una misma especie luchan entre ellos y cohabitan con un sin fin de predadores que para saciar su apetito precisan, sin ninguna animosidad, comérselos. Tanta competencia lleva a los seres vivos a estrategias de luchar o huir para sobrevivir. Otra opción ante lo inevitable es la rendición o sumisión (hacerse el muerto) que como estrategia puede llevar al abandono de la presa por parte del predador y posteriormente, en un mejor contexto, a la huida y la supervivencia de la víctima. Esta opción, biológicamente viable, cuando es exitosa, la presa, una vez a salvo, puede liberar el estrés acumulado en el shock, por ejemplo, haciendo vibrar su cuerpo, y recuperar, de este modo, su tono vital. En el humano esta operación es mas compleja, pues después de un hecho traumático de esta índole, si no recibimos ayuda o aprendemos por nosotros mismos a liberar esa energía traumática retenida, podemos mantenernos colapsados de por vida. Son los inconvenientes de la civilización .

Los problemas surgen cuando vivimos en constante colapso, cuando no hay esperanza de saciar nuestra necesidad, y nuestra necesidad aprieta cada vez más y algo del exterior, ajeno a nosotros, nos impide saciarla. Ya no hay esperanza de resolver el conflicto y vivimos en constante displacer y punición. Vivimos con angustia y con el peso aplastante del sometimiento impuesto.

Tanto en este caso como cuando la situación de colapso e inhibición de la acción es temporal, entran en funcionamiento determinadas vías neuroendocrinas que nos hacer bajar el ritmo y entrar en estado de parasimpaticotonía, al contrario que en situación de lucha o huida en el que nuestro sistema nervioso responde a la alerta y la alarma con una respuesta simpaticotónica de acción.

El precursor de los estudios sobre el estrés , entendiendo el estrés como tensión en respuesta no específica del cuerpo frente a cualquier demanda, fue el húngaro Hans Selye (1907-1982). Selye tras largos años de estudio y experimentación con animales en laboratorio concibió en 1936 el Síndrome de Adaptación General o síndrome del estrés que explicaba numerosas patologías inespecíficas. Según esta teoría el cuerpo confronta un agente nocivo en un proceso que se subdivide en tres etapas:

  1. Señal de alarma y preparación de la lucha o huida.
  2. Resistencia ante el agente nocivo.
  3. Agotamiento. Tras una resistencia prolongada el cuerpo se agota y enferma.

El circuito neuroendocrino responsable de este síndrome era el eje hipotálamo-hipófisis- suprarrenal que finalmente acaba con el vertido de cortisol al organismo.

Estos estudios fueron retomados y profundizados por Henri Laborit (1914-1995) que en 1980 comunicó al gran publico sus teorías en la película de Alan Resnais “Mi Tío de América”, premiada con la Palma de Oro en el festival de Cannes.

En la actualidad el controvertido doctor alemán Ryke Geerd Hamer, perseguido por la justicia de media Europa y condenado en Francia el 2004 a tres años de cárcel  por fraude y ejercicio ilegal de la medicina y rebajado por los medios de comunicación a la categoría de charlatán, también explica la enfermedad (con especial hincapié en el cáncer) como resultado de un conflicto biológico en el que se ven involucrados psique, cerebro y organismo como un todo. Este planteamiento, que el Dr. Hamer y sus seguidores denominan la Nueva Medicina, afirma que una vez superado el conflicto se resuelve la enfermedad y que la intervención médica debe ser mínima, debiéndose dejar a la naturaleza que actúe completando el proceso y restaurando, finalmente, el equilibrio y la salud. Este arriesgado abordaje terapéutico y la muerte de algunos paciente (siempre se magnifican  los fracasos y quedan en el olvido los éxitos), le ha costado al Dr. Hamer su inhabilitación y persecución policial, alentada por la ortodoxia médica y otros poderes fácticos interesados.

Por otra parte, retrotrayéndonos a las mas remota antigüedad, ya la medicina oriental relacionaba el psiquismo con los órganos o viceversa, y trataba los males del espíritu a través de manipulaciones, punciones, cauterizaciones y substancias naturales, pretendiendo con ello tonificar o dispersar determinados vectores energéticos ubicados en el cuerpo y alcanzar la armonía del yin y el yang en el seno del Tao vital.

 

El sistema de inhibición de la acción (SIA) según los estudios de Henri Laborit.

En el medio natural, inmersos en una intensa competencia intraespecífica e interespecífica territorial, es prioritario para cualquier individuo saciar sus necesidades vitales, entrando en una dialéctica de recompensa y punición de la que no se salva presa ni predador. Para funcionar en esta coyuntura nuestro organismo dispone de una sistema de activación de la acción (SAA), relacionado con el sistema de alerta (lucha o huida) y la búsqueda de recompensa, y un sistema de inhibición de la acción (SIA), preparado para calmar los mecanismos de la acción cuando se obtiene la recompensa y, en algunos casos, como defensa para evitar la destrucción definitiva del individuo en cuestión por parte de una presa o de cualquier otro competidor.

El conjunto del equilibrio endocrino es regulado por el sistema nervioso central (SNC), que a su vez depende de la relaciones del individuo con su entorno, natural y social. El mediador entre el SNC y el sistema endocrino es el hipotálamo.

Ante un estimulo interno de satisfacción de necesidad o externo de alarma se pone en funcionamiento nuestro SAA controlado desde nuestros sistema nervioso central por el fascículo de la recompensa (median forebrain bundle, haces neurológicos relacionados con el mecanismo de recompensa) cuyos mediadores químicos son las catecolaminas (neurotransmisores simpaticotónicos ): la noradrenalina (hormona de la angustia, de la espera en tensión) y la dopamina. Si la acción resulta eficaz se memoriza la estrategia utilizada y se pone en marcha el sistema de recompensa, si la consecuencia ha sido luchar o huir entra en juego, a nivel de SNC, el sistema periventricular (estructuras encefálicas en torno a los ventrículos cerebrales) activándose la adrenalina (hormona del miedo) y la agresividad defensiva en respuesta a un estímulo nociceptivo exógeno. El sistema periventricular tiene como mediador químico a la acetilcolina (neurotransmisor con funcionalidad simpática y parasimpática). Si, finalmente, la estrategia defensiva ha sido ineficaz entra en juego el SIA que tiene como mediador químico (neurotransmisor) también a la acetilcolina junto con la serotonina. El sistema periventricular da la orden al hipotálamo que segrega un factor (CRF) activador de adenocorticotropina (ACTH) hacia la hipófisis que produce la hormona ACTH, que a su vez incide sobre las glándulas suprarrenales que vierten al sistema glucocorticoides (cortisol) en oleadas sucesivas.

La ACTH se puede liberar en dos situaciones:

  1. Cuando el sistema periventricular activa la acción para luchar o huir. La ACTH, aún antes del vertido de glucocorticoides, aumenta el funcionamiento motor facilitando esta estrategia. Por tanto la ACTH forma parte del SAA y del sistema de recompensa.
  2. Cuando el SIA entra en juego. Cuando la lucha o la huida son ineficaces pone en marcha ,este sistema, el vertido de glucocorticoides.

Sólo es posible salir del circulo vicioso del SIA, que se retroalimenta constantemente con las oleadas sucesivas de glucorticoides , mediante una acción gratificante que permite restablecer el equilibrio interno y evitar el castigo. En ocasiones es mejor no reaccionar, someterse, que ser destruido por un agresor. La dificultad radica en que si este sistema de evitación no resulta inmediatamente eficaz y sus estimulo se prolongan, los ajustes biológicos que resultan de su funcionamiento constituirán el origen de toda patología. Los glucocorticoides destruyen el timo (fabrica de linfocitos T, claves en la defensa del organismo) favoreciendo la deficiencia del sistema inmunitario y la fragilidad del organismo: proliferación de células neoplásicas que evolucionan a cáncer, enfermedades infecciosas, enfermedades autoinmunes, destrucción de proteínas, dificultad para alcanzar el sueño reparador, fatiga, hipertensión arterial, estados depresivos, edematización, afecciones cardiovasculares, úlceras de estómago y otras afecciones psicosomáticas.

En experimentación con animales en laboratorio se ha observado que la agresividad mitiga el efecto negativo de la inhibición de la acción. Este efecto liberador de la agresividad nos puede permitir entender un poco mejor la proliferación de la violencia en nuestra sociedad humana planetaria que, en el tercer mundo mantiene interesadamente la pobreza y el subdesarrollo, y en occidente apoya un modo de vida alienante y represor de las pulsiones mas elementales.

En la línea de la agresividad, el deporte y la sexualidad producen un efecto similar cuando la inhibición de la acción es mantenida en el tiempo. Por otra parte también se ha observado que la creatividad ayuda a reducir estos efectos nocivos, aunque se puede entrar en un estado de disociación, de vivir en un mundo irreal, estado muy cercano a la psicosis. De hecho, estadísticamente, se ha comprobado que los psicóticos tienen menos incidencia de cánceres y patologías relacionadas con la inhibición de la acción.

Estos mecanismos naturales y su bioquímica llevó a pensar a finales de los 70 que la farmacopea era una panacea para la solución de las enfermedades psiquiátricas. Este enfoque mecanicista desconoce que el componente neuroendocrino solo es un nivel dentro de nuestra constitución , en la que se imbrica lo físico, lo psíquico (pensamiento y emoción) y lo espiritual. El prozac y, en general, las drogas no son la solución definitiva al problema, sólo un parche temporal que nos aleja del conocimiento de nosotros mismos y de nuestro propio crecimiento personal.

La insatisfacción, al parecer, es la fuente de todos nuestros males y tiene su válvula de escape en la violencia, el sexo, el ejercicio físico, la creatividad, etc.. Sólo buceando en nuestras profundidades podemos llegar al núcleo de nuestra insatisfacción que , en occidente, tiene que ver prioritariamente con nuestros conflictos y contradicciones en el eje integral de pensar- sentir-hacer. Este conflicto de la conciencia es general y endémico en nuestra especie y representa un obstáculo a superar en nuestra ulterior evolución, pero en el tercer mundo, por las características propias de estas sociedades humanas, ante todo prima cubrir las necesidades básicas y controlar los recursos naturales y económicos.

Desde esta perspectiva biológica, en la que la conducta animal y la humana son equiparables, salvando la distancias de las complejidades culturales propias de la especie humana y de nuestras particulares adaptaciones al medio: pensamiento reflexivo, lenguaje e imaginación, nos podemos plantear, en un contexto evolutivo, donde están los límites entre una animal humano y un auténtico Ser Humano. Sólo como propuesta y aproximación al tema nos atrevemos a esbozar algunas pinceladas de lo que, opinamos, definiría a un Ser Humano que sepa manejar sus pulsiones e instintos, sin reprimirlos ni ocultarlos en el sótano del subconsciente, pero sí integrándolos en un nivel de conciencia más desarrollado y globalizador:

Sólo cuando una mayoría cualitativa de nuestra especie sea capaz de construir una cultura y una sociedad basadas en esos parámetros se harán realidad los versos de Labordeta:

…habrá un día en que todos 
al levantar la vista 
veremos una tierra   
que ponga Libertad…

 

 

Francisco Sánchez Molinero
Grupo Nayad
Agosto 2005

 

BIBLIOGRAFÍA: